Cuando un niño nace no lo hace al comienzo de una película, sino que nace en medio de una película en la que los miembros más antiguos de su clan familiar ya pasaron por muchas experiencias. A cada pariente anterior le tocó transitar situaciones agradables y desagradables. Con las agradables es fantástico, no hay que hacer nada con ellas excepto alegrarnos por lo que les hizo bien. Y con las desagradables, es decir aquellas que les provocaron dolor y sufrimiento, unas las habrán podido sanar en vida enriqueciéndose con el aprendizaje que esto les haya supuesto, pero otras seguramente se les habrán quedado enquistadas como heridas emocionales abiertas. Las que sí sanaron, constituirán recursos para nosotros. Es el legado experiencial y emocional que nos han dejado los nuestros desde lo que consiguieron superar y trascender. Ejemplos de este tipo de experiencias son los duelos que pudieron cerrar por la muerte de seres queridos, si aceptaron que no podían trabajar en lo que deseaban y acabaron amando igualmente su profesión, la culpa por algo que hicieron mal y lograron después perdonarse, la rabia que experimentaron con alguien que les hirió pero con quien después se reconciliaron, etc. Aquello que superaron y transformaron en consciencia, a nosotros nos llegará como recurso porque su historia nos inspirará, y su fuerza habitará en nosotros al ser sus descendientes. El problema nos lo encontramos con aquellas heridas que no lograron sanar o siguen sin poder sanar en el caso de que estén vivos. ¿Por qué es un problema?. Por un lado por las emociones directas que esto nos provoque si sentimos por ejemplo que la vida de nuestra madre fue muy dura, si nos estamos lamentando todavía de que a nuestro abuelo lo mataron en una guerra, si nuestro hermano mayor murió antes de que naciéramos nosotros, o si nuestro padre enfermó y no pudo disfrutar de una vejez tranquila. La pena es la emoción más tramposa que existe porque nos hace sentirnos muy amorosos cuando en realidad lo que estamos haciendo con ello es restarles dignidad a los nuestros. Si no consideramos que fueron o son lo suficientemente fuertes como para sostener su propio destino los estaremos percibiendo como mártires, y no hay nada que reste más dignidad que los demás te vean como un mártir. Por otro lado está el rencor que tengamos guardado hacia ellos. El rencor es siempre tóxico independientemente de que lo sólidas que sean nuestras razones ya que se trata de una rabia que se quedó estancada. Y también nos pueden afectar una circunstancia concreta del pasado de nuestra familia a pesar de que sobre ella no nos haya llegado ninguna información o no sepamos nada. ¿Cómo?, ¿de qué modo un episodio qué desconocemos de algo que puede ser incluso muy antiguo vivido por nuestros ancestros nos puede estar perjudicando en el presente?. Todo clan familiar contiene una memoria compuesta por la suma de los destinos de sus miembros actuales y los que ya se fueron. Por lo tanto, las heridas de nuestros antepasados y nuestras personas allegadas no sólo se encuentran en su propia memoria personal, sino que se habitan también en la memoria del clan como unidad. Para poder entenderlo tenemos que imaginarnos como si nuestra familia fuera en sí misma un ser vivo diferenciado y compuesto por la suma de todos aquellos que forman parte de ésta. Al fin y al cabo nosotros también estamos compuestos por células vidas y es su conjunto lo que nos constituye como individuos. Esta memoria genera que cada familia tenga un alma propia, y dicha alma debe mediar con aquello emocional que no pudieron resolver quienes lo vivieron. Las emociones no resueltas tienen su propia energía que es muy poderosa y exige persistentemente ser compensada por los miembros descendientes que se encuentran vivos en el presente. Pero también desde las experiencias acumuladas de quienes están vivos y son mayores que nosotros podemos estar recibiendo energías que no nos corresponden al estar vinculados con ellos por debajo: un hijo puede cargar un dolor que provenga de las vivencias de su madre, un hermano pequeño desde su hermano mayor, o una sobrina desde su tía. Los pequeños son fieles a los mayores, y desde esta fidelidad cuando es inconsciente se toman pesos de los grandes a pesar de que nada se les aporte con esto sino al contrario, también les duele y les pesa. El alma de nuestra familia carga dicha energía descompensada al igual que nosotros muchas veces cargamos una enfermedad sobre un órgano o una zona concreta de nuestro cuerpo. De este modo un descendiente puede llevar cargas de sus padres, de sus abuelos o de mucho más atrás que le bloqueen o le interrumpan en su vida. Así es como las historias de nuestros antepasados se cruzan con nuestro propio destino haciéndonos daño. Unas veces nos causarán dificultades económicas, otras de salud, o nos provocarán sufrir un accidente grave, que vivamos deprimidos o temerosos, que nuestras relaciones de pareja nos resulten dañinas o que huyamos ante el compromiso y nos encontremos siempre solos. Si no queremos que esta energía siga limitando nuestro destino y tire de nosotros como si fuéramos marionetas, deberemos hacer algo para resolverlo. Podemos dejarnos arrastrar por la corriente y sufrir, o podemos trabajarnos interiormente para descubrir que nos pasa y de qué forma lo que nos pasa está conectado con lo no cerrado del pasado transgeneracional. De aquí el gran valor de estudiar nuestro árbol familiar y de descubrir quienes fueron nuestros antepasados, qué les pasó y qué les dolió para que luego después lo podamos honrar y respetar sin tener que llevarlo en sobre los hombros. Nuestros juicios nos lo pondrán siempre muy difícil ya que es imposible honrar a un pariente si sentimos rencor por lo que hizo o no hizo. Nuestra pena profunda nos lo dificultará todavía más, si consideramos que lo que sufrieron fue injusto o demasiado. Y, por supuesto, nuestra insolencia nos bloqueará del todo en el caso de que nos creamos mejores o superiores a ellos. El rencor se sana con compasión. Los nuestros lo han hecho lo mejor que han sabido y han podido con los recursos y la consciencia que tenían. La pena se resuelve con aceptación. Cada cual vive las experiencias que necesita vivir por el bien de su proceso de crecimiento personal. Y la insolencia se soluciona con humildad, porque nosotros somos los pequeños ante los nuestros y no debemos colocarnos ni de mayores ni de mucho menos como mejores. Hasta que no soltemos estas tres emociones tan dañinas, el Universo nos hará repetir las mismas historias que sufrieron nuestros antepasados para que aprendamos a dejar de jugarles o de cuestionar sus destinos. Y las viviremos también desde la perspectiva o el rol contrario, que será otro modo diferente de sufrirlas por obligarnos a caer en el otro extremo. Unas veces repetiremos sus circunstancias, otras sus mismos sentimientos y otras simplemente nos pasarán cosas desagradables para que nos demos cuenta de que no estamos bien colocados respecto a nuestro sistema familiar. ¿Y sobre los silencios o secretos que podemos hacer?. A veces éstos permiten ser descubiertos a través de realizar terapia regresiva, Constelaciones Familiares o simplemente por deducción cuando analizamos los síntomas que padecemos. Pero otras veces no desean ser descubiertos y así lo deberemos de respetar. En estos casos simplemente podemos trabajar para darle un lugar en nuestro corazón a cada miembro de nuestro clan familiar, haya hecho lo que haya hecho y haya vivido lo que haya vivido. Si les honramos sin excepción y sin emociones tóxicas, ellos nos honrarán a nosotros también trasmitiéndonos su fuerza, sus recursos y su respeto. Con ello logremos superar muchas de nuestras dificultades. Y aquellas que no estén en nuestras manos resolver por estar muy por encima nuestro, lograremos aceptarlas y que nos resulten más leves. Nos encontramos al servicio de algo que es mucho mayor que nosotros mismos, al servicio del alma de nuestra familia, desde ésta al servicio de la vida y desde la vida al servicio de la existencia en general. Quien se rinde ante ello conecta con una fuerza inmensa, la fuerza que le permitirá transmutar su dolor en consciencia, su tristeza en gratitud, sus miedos en valor y su rabia en más amor para las siguientes generaciones.
Violeta Zurkan
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